Por: Alejandro Rosales Lugo
Cuando las palabras se van. Y el silencio se guarda en la caja de ilusiones, para abrirse más tarde ante el menor movimiento del viento. Las palabras se las lleva el aire porque se llenan de vida en la sombra de un árbol, en los pies del río, en los oleajes de las nubes y en los ojos, los muchos ojos que las miran para dibujarlas en el cielo.
Desde el umbral del tiempo, miramos la puerta del universo donde el pensamiento se abre para todos. Miramos al cielo, las estrellas saltan de una a otra entre las fauces nocturnas. Es la luz, las luces celestes donde el tiempo es un enigma, donde el silencio es de colores dispersos en muchos universos.
¿Quiénes somos en esa larga sombra de lo infinito?
Caminamos en las sombras en una multitud de estrellas. Somos tal vez estrellas en el firmamento. Muchas estrellas, en el infinito campo de estrellas. Somos nosotros, reunidos en el estadio fantástico de la nada, en el mar de pensamientos, pequeños puntos en el universo. O los universos en cada cabeza humana. Tal vez allí está Dios con su ojos mágicos en los adentros de los agujeros negros. En el valle de universos, donde las flores sueltan su polem de luz, en ese viento que está en la mesa, en el escritorio del paisaje, de la vida que está envuelta en un vaso de agua, ante nuestros ojos asombrados ante el sueño de existir, de vivir, de soñar en el espejo del viejo Cíclope que nos mira con la sabiduría de Dios infinito.
Quiero recordar a Chelita González Blackaller en el infinito sueño de vivir y de morir en ese universo que se multiplica en la memoria en el dulce sueño del guardián del faro el que navega cerca y lejos de nosotros, tal vez es Dios que siempre espera, que siempre nos espera en la luz intensa de sus brazos.
Crónica Urbana. Periódico Expreso de Ciudad Victoria. 16 de noviembre, 2011.
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