Por: Graciela González Blackaller
Entré a la casa vacía de mis padres. Una mecedora medio rota, cerca de la ventana que da al descuidado jardín, me habló del tiempo transcurrido.
Apenas iba a subir la escalera, cuando me atacaron. Creí que eran dos o tres, pero me equivoqué. No pude contarlos, eran muchos. Unos me pegaron fuertemente en el pecho, otros me sacudían por la espalda. Imposible luchar; baje la cabeza para defenderme y las lagrimas se me amontonaron en mis ojos. Con la vista nublada busqué la puerta y salí.
Otras veces he intentado volver a la casa, pero sucede lo mismo: los recuerdos se me echan en cima.
Entré a la casa vacía de mis padres. Una mecedora medio rota, cerca de la ventana que da al descuidado jardín, me habló del tiempo transcurrido.
Apenas iba a subir la escalera, cuando me atacaron. Creí que eran dos o tres, pero me equivoqué. No pude contarlos, eran muchos. Unos me pegaron fuertemente en el pecho, otros me sacudían por la espalda. Imposible luchar; baje la cabeza para defenderme y las lagrimas se me amontonaron en mis ojos. Con la vista nublada busqué la puerta y salí.
Otras veces he intentado volver a la casa, pero sucede lo mismo: los recuerdos se me echan en cima.
Bajo la superficie
ITCA 2001
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